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Un documental agrario: El escarabajo de la patata

EL ESCARABAJO DE LA PATATA: UN DOCUMENTAL DEL MARQUÉS DE VILLA ALCAZAR:

José  Ramón Bertomeu-Sánchez

Cuando se realizó el documental del Marqués de Villa Alcázar era difícil encontrar en España poblaciones tan felices como los labriegos del pueblo «Alegría» imaginado en esta obra. Hacía pocos años que había finalizado la Guerra Civil y el nuevo gobierno del dictador Fran- cisco Franco desarrollaba una política de exterminio contra sus oponentes políticos mediante asesinatos, torturas, juicios sumarísimos y prisión. La violencia económica fue también extrema y la hambruna de esa década quedaría para siempre en la memoria de los represaliados y de las comunidades más vulnerables. Es imposible que el Marqués de Villa Alcázar desconociera esta realidad. Había podido familiarizarse de primera mano con las miserias del medio rural en los años anteriores, tanto desde su formación como ingeniero agrónomo como a través de sus primeros documentales realizados antes de la guerra.  El documental puede verse en: https://www.youtube.com/watch?v=TcJQJgwCcBY.

Comenzó a rodarse en julio de 1944 y terminó a principios de julio de 1945. A mediados de esa década, cuando se filmó el docu- mental, se produjo la llegada de un nuevo tipo de plaguicidas de síntesis orgánica, entre ellos uno que se convertiría en el más popular de las décadas posteriores: el DDT. El empleo masivo de plaguicidas químicos adquirió formas diferentes según los contextos. En España, uno de los momentos clave coincidió con la llegada del escarabajo de la patata y con las políticas autárquicas del primer franquismo. Estas políticas se desarrollaron en consonancia con planes modernizadores de un amplio grupo de ingenieros agrónomos que colaboraron con el régimen, tanto en centros de investigación relacionados con el control de plagas, como en campañas de divulgación y propaganda, dentro de las cuales se sitúa el documental mencionado al principio del capítulo. Para luchar contra la nueva plaga se empleó un producto hoy olvidado, a pesar de su gran importancia en la agricultura y la salud pública durante toda la primera mitad del siglo XX: el arseniato de plomo.

El primer protagonista que se debe conocer es el escarabajo de la patata. Se trata de un ejemplo de «organismos sociotecnológicos», es decir, de seres vivos cuyas características y entornos ecológicos ponen en cuestión las categorías «natural» y «artificial». Son el resultado de la interacción entre rasgos biológicos y condiciones económicas y sociales de los contextos particulares que propician su desarrollo, circulación y expansión a nuevos territorios. Las variedades de semillas más productivas o las razas de ganado mejor valoradas para determinadas explotaciones agropecuarias son ejemplos de organismos sociotecnológicos. Este concepto es también aplicable a muchas plagas, dado que su circulación y expansión se produjo en la segunda mitad del siglo XiX como consecuencia de fuertes transformaciones económicas y sociales: la expansión del mono- cultivo, los grandes negocios agroalimentarios, el aumento del comercio mundial de alimentos y la intensificación del transporte de mercancías y personas.

Antes de que se produjeran estas transformaciones, los escarabajos de la patata formaban parte de un grupo de coleópteros que habitaban diversas en regiones del centro de Norteamérica, por lo que también se les suele conocer con el nombre de «esca- rabajo de Colorado». Su nombre científico actual (Leptinotarsa decemlineata Say) hace referencia a las diez bandas de color negro que presenta en los élitros. En los años estudiados también fue designado bajo el nombre griego de «dorífora» (por su aspecto de «portador de lanza»). Este insecto era casi desconocido hasta que fue descrito a principios del siglo XiX por el entomólogo estadounidense Thomas Say (1787-1843). Su conversión en una plaga mundial se produjo tras las transformaciones mencionadas. Una de ellas fue la expansión del monocultivo de la patata y su conversión en un ingrediente relevante en la dieta mundial.

A medida que avanzaron los patatales hacia el oeste de Estados Unidos, las poblaciones de escarabajos se desplazaron hacia el este y llegaron a la costa atlántica en la década de 1870. La expansión de las comunicaciones (barco, ferrocarril, transportes motoriza- dos) permitió la traslación de la plaga a otros países, ayudada por el crecimiento del comercio de alimentos a través del Atlántico. Aunque hubo medidas drásticas de control, tales como la quema de cosechas, cordones sanitarios o el uso masivo de plaguicidas arsenicales, la plaga continuó su invasión en Europa a través de diversos focos. Uno de los más importantes estuvo situado en el puerto de Burdeos, desde dónde se expandió por Francia en los años treinta.

El golpe militar contra el gobierno republicano y la guerra posterior hizo que todas las tareas de control pasaran a jugar «un lugar secundario», por lo que la línea fronteriza se convirtió, en palabras de los ingenieros agrónomos, en «una serie escalonada de puntos de penetración del escarabajo. Se constaron focos en Freixenet, en los alrededores de Puigcerdá, en el valle de Arán y, posteriormente, en diversos puntos de Huesca, Navarra y Guipúzcoa. Como en el caso de otros organismos sociotecnológicos, la rápida expansión del escarabajo de la patata en la Península Ibérica no puede desligarse de las condiciones económicas y políticas, sin que pueda atribuirse únicamente a la crisis de los mecanismos de control durante la guerra. En realidad, fueron mucho más importantes las nuevas condiciones agroecológicas producidas por la creciente importancia de la patata en la agricultura española   en el siglo XX.

El principal recurso empleado para combatir la lucha contra el escarabajo de la patata fueron los plaguicidas arsenicales. De nuevo, resulta necesario conocer tanto sus rasgos materiales como las condiciones políticas si se pretende conocer los motivos de su rápida expansión, así como los procesos que condujeron a la marginación de otras formas de lucha contra plagas y la invisibi- lización de los riesgos asociados con productos de tan conocida toxicidad. Estos plaguicidas habían sido creados para luchar contra las nuevas plagas de la segunda mitad del siglo XiX. Una de ellas fue la Lymantria dispar, un lepidóptero euroasiático, accidentalmente introducido en Estados Unidos por un entomólogo aficionado, Etienne Léopold Trouvelot. A finales del siglo XiX se produjo una gran plaga de este insecto en la costa este de Estados Unidos y en su lucha se emplearon nuevos plaguicidas arsenicales, entre ellos el arseniato de plomo. Los nuevos venenos producían la muerte masiva de los insectos en sus primeras aplicaciones, pero sus efectos fueron decepcionantes a largo plazo. Aunque la plaga remitía en ocasiones con tratamientos extremos, en poco tiempo se volvían a producir nuevos brotes, a menudo más virulentos. De este modo, se produjo la defoliación de grandes masas forestales y pérdidas enormes en el negocio maderero.

Bajo la presión de la lucha contra el escarabajo de la patata, se produjo la aparición de numerosas industrias productoras de plaguicidas arsenicales en la década de 1940. Un registro nacional de pesticidas se estableció en 1942 para proteger a esta industria frente a falsificaciones y adulteraciones, al mismo tiempo que ponía más impedimentos a las importaciones. De este modo, se produjo un incremento notable de la producción interna y del consumo de plaguicidas arsenicales, espoleada por la expansión de la plaga del escarabajo de la patata. A principios de siglo, el consumo de estos plaguicidas era prácticamente nula, casi limi- tada a cultivos experimentales o campañas particulares de lucha contra las plagas agrícolas o forestales. Los ingenieros agrónomos se quejaban del bajo uso y lo consideraban una de las causas de la baja productividad agrícola. Antes de la guerra, en el año 1935, la mayor parte de los arseniatos eran importados, y apenas superaban las 750 toneladas al año, de las cuales 500 eran de arseniato de plomo. Estas cantidades aumentaron notablemente en los años posteriores a la guerra hasta llegar a unas 3000-3500 toneladas

Los años de la posguerra, por lo tanto, supusieron varias novedades importantes en la lucha contra las plagas. Estas novedades tuvieron su origen tanto en las políticas autárquicas y los intentos de desarrollo de la industria nacional, como en los proyectos modernizadores de los ingenieros agrónomos que crearon las condiciones para la expansión de plagas como la del escarabajo de la patata y, al mismo tiempo, propiciaron un modelo de control basado exclusivamente en el uso de plaguicidas químicos. Esta situación favoreció la expansión de un producto altamente tóxico como el arseniato de plomo que entró masivamente en los cam- pos peninsulares a lo largo de la década de 1940 para quedarse durante muchas décadas más. La llegada de los nuevos productos organoclorados a finales de esa década no supuso su reemplazamiento completo. Gracias a la existencia de numerosos centros productores locales, los plaguicidas arsenicales se mantuvieron durante mucho tiempo en el campo, hasta incluso después de su prohibición.

Un informe del Instituto de Toxicología señalaba los riesgos de estos productos, tanto en forma de accidentes como de asesinatos.  Uno de los casos más famosos se produjo en 1935, no muy lejos de las primeras apariciones de la plaga de escarabajos contra la que se emplearon grandes cantidades de estos plaguicidas. De este modo, la envenenadora pudo obtener con facilidad una gran cantidad de arseniato de calcio y administrarlo en la comida a varios de sus familiares, algunos de los cuales fallecieron. Otros casos semejantes se produjeron en la década de 1940, en ocasiones por parte de sirvientas procedentes del mundo rural. Uno de los más famosos tuvo lugar en la década de los cincuenta, cuando Pilar Prades fue acusada de envenenar a varios de sus empleadores y, tras un juicio ampliamente publicitado en la prensa, se transformó en la última mujer que fue sometida al garrote vil. Su caso sirvió de inspiración para la película El verdugo de Luis García Berlanga (1963).

La introducción de grandes cantidades de arseniatos en el mundo rural propició también accidentes con múltiples víctimas mortales como el ocurrido en las fiestas de del verano de 1946 en Pradoluengo, un pueblo de la provincia de Burgos. Al parecer,  el arseniato de plomo fue confundido con yeso por su mismo color y apariencia. Este último era un producto empleado en el «enyesado» de vinos, una práctica común convertida en tragedia debido a la confusión provocada por la presencia habitual de arseniatos en comercios y hogares. Unas doscientas personas se vieron afectadas con efectos neuromotores, una de ellas falleció y otras cinco quedaron con serios problemas de por vida.

Estas muertes, junto con los efectos en el ganado y las cosechas,  crearon voces críticas contra esta introducción acelerada de arsenicales en el campo. Por muy marginales que fueran, las voces críticas contra los plaguicidas eran tomadas muy en serio por los responsables de la lucha contra la plaga del escarabajo de la patata. Para vencer estas reticencias fue necesario desarrollar toda una amplia gama de medidas, desde la divulgación y la propaganda hasta las medidas coercitivas y represivas que se unieron a otras formas de violencia omnipresentes en el mundo rural durante el primer franquismo.

Los ingenieros agrónomos disponían de un amplio espectro de recursos creados durante el primer tercio del siglo XX en el terreno de la divulgación agrícola: cátedras ambulantes (creadas en 1927 siguiendo el modelo fascista italiano de la Campaña del Trigo), cursos destinados a capataces (sobre todo centrados en fumiga- ción, pero también arseniatos), hojas divulgadoras (publicadas por las estaciones de fitopatología y las jefaturas agronómicas provinciales), cartillas agrícolas y museos de patología vegetal, conferencias en granjas de experimentación, programas de radio y un buen número de documentales como los producidos por el marqués de Villa Alcázar.

En los años del franquismo, la divulgación agraria quedó exenta de toda reflexión social (por ejemplo, acerca del reparto de la propiedad del suelo) y estuvo dirigida más bien a propietarios que a labradores, porque se consideraban a aquellos como los verdaderos motores de la necesaria modernización contra las prácticas arcaicas e ineficientes del campesinado iletrado. En contraste con los intentos anteriores de entendimiento, plasmados en una actitud positiva frente a saberes y prácticas rurales, la nueva cultura de inspiración fascista imponía una cadena de mando de corte militar, en la que el agricultor no tenía otra opción más que obedecer a las consignas establecidas desde las jefaturas agronómicas.

Esta es una hipótesis sugerente porque permite entender la divulgación agraria del primer franquismo dentro de toda una serie de prácticas discursivas, medidas coercitivas y acciones represivas propias del primer franquismo en sus intentos de control del medio rural. No creo, sin embargo, que se pueda trazar una línea de corte tajante con los años anteriores, ni por lo que respecta a los protagonistas, ni tampoco respecto a las prácticas y los contenidos de la divulgación, al menos en el caso de la lucha contra las plagas y la promoción de los plaguicidas. Por lo que respecta a las herramientas discursivas, las campañas estuvieron marcadas por tres ingredientes: las metáforas militares, el discurso del atraso y la regeneración del campo, y la exaltación patriótica propia del discurso político del nacionalcatolicismo. Los dos primeros ingredientes son fáciles de encontrar en años anteriores, incluso en otros países, pero adoptaron nuevos significados al entremezclarse con la retórica del nuevo régimen franquista, tal y como puede comprobarse en este fragmento de un folleto de divulgación de 1939:

“En los tiempos actuales todo labrador que no disponga de  un equipo pulverizador, se encuentra al margen del progreso agrícola. Es un agricultor anticuado que no merece ejercer esa noble actividad en una patria renovada. La utilización de los niños en la lucha de plagas como la del escarabajo de la patata, durante las vacaciones estivales, para la recogida de insectos, será una labor altamente patriótica, por ser ello el acoplamiento de su interesante esfuerzo en pro de la Agricultura, nervio y esencia del engrandecimiento nacional. Desecha egoísmos y aprende a luchar contra las plagas. Así lo exige tu interés y el deber de hermandad con los demás”

El fragmento contiene muchos ingredientes que aparecen de forma más o menos directa en el documental del Marques de Villa Alcázar: patriotismo frente a egoísmo ignorante, la lucha contra las plagas como deber patriótico, los plaguicidas/ pulverizadores frente a prácticas arcaicas sin lugar en «una patria renovada» y «hermanada» por la revolución nacionalsindicalista hacia un mundo sin plagas ni conflictos sociales. Las metáforas relacionadas con la lucha contra plagas fueron también comunes en el discurso político franquista. La prensa de los años anteriores había empleado ya el símil de plagas de langostas o de cucara- chas para describir despectivamente a reuniones de adversarios políticos.

los agricultores fueron obligados a informar de la presencia de los insectos y a delatar a las personas que no realizaban las tareas prescritas. Se creó también en ese mismo año un «Servicio de Defensa Sanitaria del Cultivo de la Patata» bajo la supervisión  del ingeniero agrónomo Agustín Alfaro Moreno (1903-1994), autor de numerosas investigaciones y folletos en defensa del uso de los arseniatos en la lucha contra la plaga.

El documental «El Escarabajo de la Patata» del marqués de Villa Alcázar debe ser entendido dentro de esta continuidad de prácticas discursivas, coercitivas y represivas que favorecieron la masiva introducción de plaguicidas arsenicales, sin apenas control de riesgos para trabajadores del campo, población rural, ganadería y fauna salvaje. Se inscribe dentro de la forma de entender el cine de divulgación agraria de su autor. También conviene situarlo dentro la tradición de cine agrario que contaba ya con una larga tradición en 1945. El primer grupo de documentales fueron realizados en las décadas de 1910 y 1920 por el también ingeniero agrónomo Leandro Navarro. Sus trabajos estaban centrados en los aspectos técnicos de la producción agrícola o la lucha contra plagas, tal y como se describe en el capítulo anterior. En la década siguiente los documentales de temas agropecuarios, como los dirigidos por Pascual Carrión, estaban concebidos para servir de complemento en los cursos de formación agraria. Algunos de estos documentales describían prácticas consideradas como innovadoras, como los viñedos de Jerez o las nuevas razas de ganado lanar, y también trataban asuntos como el reparto de la tierra o la labor del cooperativismo agrícola. Un impulso adicional fue, tal y como ya se describe en el capítulo anterior, la creación en marzo de 1933 del Servicio Central de Cinematografía Agrícola dedicado explícitamente   a la producción y distribución de películas documentales.

Marqués de Villa Alcázar

El marqués de Villa Alcázar estudió ingeniería agronómica antes de viajar a Estados Unidos y conocer en California los inicios de la industria cinematográfica. Cuando volvió a España en 1933 fue nombrado jefe de la Sección de Publicidad y Publicaciones del Instituto de Reforma Agraria, desde dónde comenzaría su larga producción cinematográfica. En 1936 dirigió «Los yunteros de Extremadura» donde mostró las penosas condiciones de vida de los trabajadores del campo, con críticas hacia los modos de explotación y reparto de la tierra que consideraba causantes de la miseria. Era un documental que en cierto modo dialogaba con otro mucho más famoso: «Las Hurdes/Tierra Sin Pan» de Luis Buñuel.

La mayor parte las más de setenta películas de Francisco González de la Riva fueron realizadas en las dos décadas iniciales del franquismo, un régimen con el que se identificó desde los inicios de la Guerra Civil. Fue nombrado jefe del servicio de cinematografía del Ministerio  de  Agricultura  en  1940  y  pudo así desarrollar su creatividad. Sus documentales de la posguerra se caracterizan por la fuerte presencia de valores propios del nacionalcatolicismo, tales como la familia patriarcal, la religión católica y el patriotismo exaltado. Al igual que ocurre en «El Escarabajo de la Patata», sus documentales dibujan un mundo rural idílico, que contrasta con la realidad de la posguerra y la mirada lúgubre de su documental anterior acerca de los yunteros. Desde un punto de vista narrativo, el marqués de Villa Alcázar empleó con fruición la parábola como recurso didáctico principal, con frecuentes analogías entre actividades agropecuarias y aspectos de la vida cotidiana. Usó en ocasiones gráficos y dibujos animados, tales como la calavera que aparece al principio del documental y que se transforma en escarabajo sobre un mapa de España invadida por la plaga. También hizo un uso habitual de la voz del narrador como elemento director del relato superpuesto a escenas sin sonido propio. Su banda sonora estaba plagada de referencias a la música clásica, de la que el marqués era un gran aficionado. Todos estos ingredientes aparecen en «El Escarabajo de la Patata» de 1945, donde también se puede comprobar el empleo de un lenguaje popular, repleto de chascarrillos, chistes y episodios de humor con los que pretendía mantener el interés de su público.

El marqués de Villa Alcázar nos ha dejado varios escritos con jugosas reflexiones acerca de la divulgación agraria. A través de ellos se sabe que una de sus obsesiones era mantener la atención del público en documentales con alto contenido técnico, donde el objetivo final era formar en procedimientos de riego, aperos de cultivo, lucha contra plagas, empleo de nuevas máquinas y otras cuestiones poco atractivas para la narración cinematográfica. Inspirándose en su formación ingenieril, presentó sus reflexiones en forma de gráficas lineales que representaban las dos variables fundamentales: el interés del público y la duración del documental. En sus escritos también reveló el modo en el que realizó el documental «El escarabajo de la patata». Lo consideraba un ejemplo del modo idóneo de tratar «un tema agrio, totalmente desagradable», sin producir una película «monótona y aburrida», y que fuera atractiva para personas ajenas al campo. Para evitar una rápida pérdida de interés, el marqués optó con iniciar su documental «con una presentación totalmente humorística, utilizar algunas formas de un noticiario, hacer en el estudio unos planos sobre un fondo de nubes, de caída de escarabajos con paracaídas, y preparar un poco, así, el terreno a la lección seria». De este modo, «mezclando las lecciones con la guasa», el marqués presentaba «los procedimientos buenos frente a los malos», de modo que con pocos «primeros planos» se pudiera comprobar las ventajas de los primeros. Y, al finalizar, cuando podría otra vez decaer la atención, el marqués incluyó «la pintoresca agonía de unos treinta escarabajos a los que ha sentado muy mal un postre de hexacloruro de benceno» (uno de los nuevos plaguicidas de esos años). Con    la música de «la cucaracha» se presenta un «ballet de la   muerte», «organizado por unos escarabajos agradecidos, para festejar el descubrimiento del nuevo veneno». El documental concluye con una «nota de optimismo, que consiste en que, si se lucha, se vence», y «un pequeño final, medio cómico», en el que se observa a agricultores con los brazos cruzados, «que enseña lo que realmente ha ocurrido en buena parte del campo español cuando se presentó esta plaga.» (Villa-Alcázar, 1951).

Con el uso de una parábola militar y el lenguaje de la invasión y el exterminio, el marqués de Villa Alcázar estaba movilizando  la retórica presente en la divulgación agraria de esos años. Sus documentales también transmiten una visión jerarquizada entre el saber experto de los ingenieros agrónomos y las prácticas populares del mundo rural. Solamente los primeros parecen tener la clave de la lucha contra la plaga a través de venenos que parecen afectar de forma exclusiva a los escarabajos. El mensaje perseguido está claramente reflejado en la documentación de la licencia para filmar: «Se ha presentado en España la plaga del escarabajo de la patata. Hace tales y tales daños. Se ha extendido rapidísimamente por toda la península. En Álava está dominada siguiendo estos procedimientos. En toda España se puede dominar igualmente». En definitiva, el mensaje del documental se puede resumir en tres puntos: «la plaga se puede combatir», «así se combate» (siguiendo el ejemplo de Álava), «lo que no se puede hacer es cruzarse de brazos». Y para subrayarlo la escena final ridiculiza la pasividad de los agricultores frente a la labor decidida de los servicios agronómicos.

Las campañas contra las plagas eran además una forma de asegurar el control del medio rural y reprimir a las personas desafectas con el nuevo régimen. En esta confluencia de circunstancias se produjo el despegue de la industria de plaguicidas en España con el apoyo del gobierno franquista y sin apenas atadura en materia de control de riesgos sanitarios o ecológicos. De este modo, durante los primeros años de la década de 1940, se produjo la llegada a los campos de productos cuya toxicidad era sobradamente conocida, tanto por expertos como por labriegos y otros pobladores del mundo rural: los plaguicidas arsenicales. No resulta extraño que existieran resistencias a este proceso y que fuera necesaria una amplia campaña de propaganda, coerción y represión para vencerlas.

Los documentales del marqués de Villa Alcázar contribuyeron así a vencer resistencias contra el uso de plaguicidas, así como a marginar otras formas de lucha contras plagas de años anteriores. Bajo un aparente tono educativo, los documentales entremezclaban elementos ideológicos del nacionalcatolicismo con ingredientes retóricos del discurso modernizador de los ingenieros agrónomos. El empleo de metáforas militares permitía establecer paralelismos entre el exterminio de insectos para proteger patatales y la lucha contra la plaga roja para salvar la patria. La confluencia de ingredientes discursivos, políticos y agroecológicos permitió silenciar los peligros de los plaguicidas arsenicales, a pesar de las alarmas provocadas por graves accidentes y muertes por envenenamiento. La invisibilidad de los riesgos fue transformada en regulación mediante el nuevo registro nacional de pesticidas.

De este modo se sumó una violencia invisible a otras formas de represión del primer franquismo. Las formas más brutales de represión fueron perdiendo peso en las décadas posteriores, al mismo tiempo que su empleo comportaba un rechazo contundente por la oposición al régimen dentro y fuera de la Península. Por el contrario, las carencias en la regulación de los productos tóxicos persistieron durante décadas, sin apenas encontrar contestación por parte de víctimas o activistas, que apenas podían visibilizar los riesgos debido a las prácticas de propaganda, agnotología y «ciencia por hacer» que han sido estudiadas en este y otros capítulos del libro. Se crearon así las condiciones estructurales para dirigir los riesgos de los plaguicidas hacia los cuerpos de grupos sociales más desfavorecidos y disminuir su capacidad de respuesta frente a la injusticia medioambiental y los desequilibrios de costes y beneficios asociados con esta forma de lucha contra las plagas.

[extractos del capítulo: Bertomeu Sánchez), José Ramón. 2020. “El Escarabajo Del Marqués: Violencia Lenta, Plaguicidas Arsenicales y Cine Agrario Durante Los Primeros Años Del Franquismo.” In Tóxicos Invisibles. La Construcción de La Ignorancia Ambiental, edited by Agustí Nieto-Galan and Ximo Guillem-Llobat, 79–109. Barcelona: Icaria].

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