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Estudiar la ignorancia

Los estudios sobre la ignorancia se han transformado en una productiva industria en la última década. El siguiente texto procede de José Ramón Bertomeu Sanchez, Tóxicos: Pasado y presente. Barcelona: Icaria, 2021.

La expresión «agnotology» fue introducida por Robert Proctor y Londa Schiebinger (2009) por contraposición a «epistemology». Si esta última disciplina se encarga de las condiciones de producción de conocimientos, la agnología investiga la creación de ignorancia, es decir, los modos de conocer que no han llegado a desarrollarse o se han hecho desaparecer. Los agnotólogos estudian una gran cantidad de mecanismos de producción de «secreto, incertidumbre, confusión, silencio, ausencia o impotencia» relacionados con la ciencia, la tecnología y la medicina.

La ignorancia no siempre es perniciosa, puede ser un bien público deseable, por ejemplo, para preservar las libertades públicas de excesos del poder policial. Algunos ejemplos son la confidencialidad de informes médicos, la protección de datos de refugiados políticos o el derecho a la intimidad frente a tecnologías invasivas de la comunicación. Hay, sin embargo, otras formas de ignorancia que alteran las tomas de decisiones y condicionan las políticas públicas de forma negativa para la mayor parte de la ciudadanía. Los diversos tipos de ignorancia tienen causas «múltiples y diversas»: puede ser socialmente inducida o producto del azar, reconocible por los protagonistas o invisible para la mayor parte, fruto de un olvido deliberado o de las heridas del tiempo. Puede considerarse como una situación pasajera, en términos de una amnesia coyuntural o un déficit provisional, o bien como una fatalidad insalvable debido a abismos insoslayables, barreras infranqueables o complejidades propias de la naturaleza del problema.

De este modo, una vez aceptada la variedad de situaciones, Proctor y Schiebinger establecieron, a modo de tipología preliminar, tres grandes formas de ignorancia: la existente antes de la investigación, la producida por la selección de temas en el amplio campo del saber, y la deliberadamente creada por personajes como los mercaderes de la duda. Si se tiene conciencia de la carencia, la ignorancia es una oportunidad para avanzar con nuevos saberes. Por el contrario, si no existe sensación de carencia, se puede llegar a marginar lo singular y lo diferente, en ocasiones con la prepotencia de quien desprecia cuanto ignora.

En el segundo sentido, la ignorancia producto de la selección, Proctor y Schiebinger recuerdan que se trata de una característica inevitable del desarrollo de la ciencia. Las investigaciones son siempre selectivas, limitadas a un conjunto de aspectos, dentro de un conjunto casi ilimitado de cuestiones que nunca se abordan con igual intensidad. La selección afecta tanto al universo de preguntas formuladas como a los datos recogidos, las formas de tratarlos, sus potenciales aplicaciones prácticas y su mayor o menor circulación. Todos estos ingredientes están afectados por el contexto temporal y espacial. Determinadas líneas de investigación quedan atrofiadas en ciertos momentos y pueden ser retomadas en otros lugares desde nuevas perspectivas. Las investigaciones pueden ofrecer resultados molestos para ciertos grupos sociales y beneficiosos para otros, de modo que los sectores más poderosos pueden intentar influir en la dirección de las investigaciones. También las coyunturas de las guerras, catástrofes ambientales y pandemias pueden producir puntos de inflexión, más o menos relevantes.

Finalmente, la ignorancia puede ser activamente construida y resultado de un plan deliberado, sin que por ello sea necesario hablar de teorías de la conspiración. Hay ejemplos evidentes muy variados: los secretos de Estado, las patentes, las tecnologías militares, etc. Pero también hay otros casos menos visibles, tales como los ensayos clínicos negativos sobre ciertos fármacos o los estudios de experimentación animal acerca de la toxicidad de productos comerciales. También se debe incluiraquí la labor de los «mercaderes de dudas» que crean incertidumbre pública acerca de temas sobradamente analizados en el terreno académico. Este tipo de aproximación ocurre en el terreno de los productos tóxicos, tanto cuando se producen litigios judiciales como cuando se proponen regulaciones y acciones públicas de control, las cuales pueden ser retrasadas o limitadas gracias a las formas de ignorancia inducida.

Los trabajos de Proctor y Schiebinger han inspirado estudios posteriores que han matizado las formas de ignorancia y los mecanismos visibles e invisibles que los producen, así como los resultados finales y las estrategias para combatirlos, de modo que se puede hablar de una línea de investigación floreciente en torno a los «Ignorance Studies». Estos estudios han mostrado una gran variedad de situaciones de visibilidad reducida y ocultación que contribuyen a dirigir la investigación, crean lagunas en el saber, minusvaloran conocimientos y formas de conocer, o siembran dudas respecto a la fiabilidad de informaciones sensibles. Por ejemplo, dado que los laboratorios de las industrias realizan una parte sustancial de las investigaciones, resulta fácil soslayar asuntos conflictivos acerca de los costes humanos y ambientales de las sustancias tóxicas, bien mediante la selección de temas, la producción de contrapruebas o la ocultación de resultados.

Para saber más

Bertomeu Sánchez, José Ramón. «Vivir en un mundo tóxico». Sabers en acció (blog), 30 de abril de 2021. https://sabersenaccio.iec.cat/es/vivir-en-un-mundo-toxico/.

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