El mundo del siglo XXI según un químico del siglo XIX: Marcellin Berthelot
En 1894 Marcellin Berthelot predijo los rasgos de la “Edad de Oro” que se abriría tras el año 2000 gracias a los progresos de la química: nunca más huelgas ni guerras, tampoco hambre ni enfermedades.
Marcellin Berthelot (1827-1907) fue uno de los más influyentes químicos franceses de la segunda mitad del siglo XIX. Firme convencido del valor de los datos empíricos y de los peligros de la teorización excesiva, fue también uno de los más destacados opositores de las teorías atomistas, lo que condujo a fuertes polémicas en las décadas finales del siglo XIX. También se interesó por la historia de la química y apoyó decididamente la edición y el estudio de textos alquímicos antiguos. Publicó fragmentos de los cuadernos de laboratorio de Antoine Lavoisier para un libro dedicado a “La Revolución Química” que marcaría los estudios posteriores sobre la cuestión. Actualmente son menos conocidos sus estudios pioneros en síntesis orgánica, termodinámica y electroquímica, los cuales se conectan con las actividades industriales que también impulsó. Berthelot desarrolló asimismo una importante carrera política hasta llegar a ser Ministro de Educación en la III República Francesa, desde donde jugó un papel relevante en el diseño de planes educativos e instituciones académicas francesas. Desde este triple papel, académico, industrial y político, Berthelot consideraba que la ciencia estaba llamada a orientar “el liderazgo material, intelectual y moral de las sociedades al mismo tiempo”. Son palabras escritas en los momentos dorados de la química francesa, poco antes de que la I Guerra Mundial revelara, de forma cruda e inmunda, las pesadillas que encerraban los sueños tecnológicos del siglo XIX.
Vale la pena repensar algunos de estos sueños a través de un fragmento del discurso de Berthelot pronunciado el 5 de abril de 1894 en el banquete de la Chambre Syndicale des Produits chimiques en París. Podemos ver una feliz anticipación de todos los progresos que supuestamente permitirían los avances de la química: desaparecerían los trabajos penosos de la agricultura y la minería, no habría más huelgas ni guerras, tampoco hambre o enfermedades, todo ello gracias a los progresos de la ciencia y, en particular, los nuevos productos y técnicas de fabricación surgidas de la investigación química.
Señores
Les agradezco que hayan tenido la amabilidad de invitarme a su banquete y que hayan reunido en este ágape fraternal, bajo la presidencia del hombre consagrado al bien público que está sentado ante mí, a los trabajadores de los laboratorios científicos, entre los que tengo el honor de contarme desde hace casi medio siglo, y a los maestros de las plantas industriales, donde se crea la riqueza nacional. Con ello se ha querido afirmar esa alianza indisoluble de la ciencia y la industria que caracteriza a las sociedades modernas. Tengo el derecho y el deber de hacerlo más que nadie, porque las industrias químicas no son el fruto espontáneo de la naturaleza: son el resultado del trabajo de la inteligencia humana.
¿Será acaso necesario recordarles los progresos realizados durante el último siglo? La fabricación del ácido sulfúrico y de la sosa artificial, el blanqueo y el tintado de los tejidos, el azúcar de remolacha, los alcaloides terapéuticos, el gas de alumbrado, el dorado y el plateado, y tantos otros inventos, todos ellos obra de nuestros predecesores… Sin sacar relucir nuestra propia investigación, podemos afirmar que los inventos de la época actual no son ciertamente menos espectaculares: la electroquímica está transformando la vieja metalurgia y revolucionando sus prácticas ancestrales; los materiales explosivos se perfeccionan con el progreso de la termoquímica y aportan al arte de la minería y de la guerra la contribución de todopoderosas energías; la síntesis orgánica, sobre todo, obra de nuestra generación, prodiga sus maravillas en la invención de materias colorantes, perfumes, agentes terapéuticos y antisépticos.
Pero, por muy considerable que sea este progreso, todos y cada uno de nosotros prevé muchos otros avances: el futuro de la química será, sin duda, todavía mayor que su pasado. Permítanme que les diga a este respecto lo que sueño: es bueno avanzar cuando podemos por la acción, pero siempre es mejor con el pensamiento. Es la esperanza la que impulsa al ser humano y le da la energía para las grandes acciones; una vez dado el impulso, si no siempre conseguimos lo que hemos planeado, logramos otra cosa y, a menudo, algo todavía más extraordinario: ¿quién se habría atrevido a anunciar, hace cien años, la fotografía y el teléfono?
Así que déjenme contarles algo de nuestros sueños: el momento es el adecuado, es después de beber cuando hacemos nuestras confidencias. Hemos hablado a menudo del estado futuro de las sociedades humanas; me gustaría imaginarlas tal y como serán en el año 2000: desde un punto de vista puramente químico, por supuesto, dado que en esta mesa estamos hablando de química.
En ese tiempo, ya no habrá agricultura, ni pastores, ni labradores en el mundo: ¡el problema de la existencia cultivando la tierra habrá sido eliminado por la química! No habrá más minas de carbón, ni industrias subterráneas, y por consiguiente, ¡no habrá más huelgas de mineros! El problema de los combustibles se habrá eliminado gracias a la combinación de la química y la física. No habrá más aduanas, ni proteccionismo, ni guerras, ni fronteras salpicadas de sangre humana. La navegación aérea, con sus motores movidos por la energía química, habrá relegado al pasado estas instituciones anticuadas. Entonces estaremos en camino de realizar los sueños del socialismo… ¡si logramos descubrir una química espiritual, que cambie la naturaleza moral del hombre tan profundamente como nuestra química cambia la naturaleza material!
Todas estas son promesas… ¿cómo pueden cumplirse? Eso es lo que voy a tratar de explicarles.
El problema fundamental de la industria consiste en descubrir fuentes de energía inagotables y que puedan renovarse casi sin trabajo. Ya hemos visto que la fuerza de los brazos humanos ha sido sustituida por la del vapor, es decir, por la energía química tomada de la combustión del carbón; pero este agente debe ser penosamente extraído del seno de la tierra, y su proporción disminuye constantemente. Hay que encontrar algo mejor. Ahora bien, el principio de este invento es fácil de concebir: hay que utilizar el calor solar, hay que utilizar el calor central de nuestro globo. El incesante progreso de la ciencia hace nacer la legítima esperanza de capturar estas fuentes de energía ilimitada.
Para captar el calor central, por ejemplo, bastaría con excavar pozos de 4.000 a 5.000 metros de profundidad, algo que está cerca del alcance de los ingenieros actuales y, sobre todo, de los ingenieros del futuro. Allí encontraríamos el calor, el origen de toda la vida y de toda la industria. Así, el agua alcanzaría una alta temperatura en el fondo de estos pozos y desarrollaría una presión capaz de hacer funcionar todas las máquinas posibles. Su destilación continua produciría el agua pura y libre de gérmenes que ahora buscamos con tanto gasto en las fuentes que a veces están contaminadas. A esta profundidad, tendríamos una fuente de energía renovable. Por tanto, la fuerza estaría presente en todas partes, en todos los puntos del globo, y pasarían muchos miles de siglos antes de que experimentara una disminución notable.
Pero volvamos al tema de la química. Cuando hablamos de generación de calor o de electricidad, hablamos de una fuente de energía química. Si se dispone de esta fuente, la fabricación de todos los productos químicos resulta fácil y económica, y podría realizarse en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier punto de la superficie del planeta.
Aquí es donde encontraremos la solución económica al que quizá sea el mayor problema de la química: la producción de alimentos. Se puede decir que, en principio, el problema ya se ha resuelto: hace ya cuarenta años que se ha conseguido sintetizar grasas y aceites; la síntesis de azúcares e hidratos de carbono se logra hoy en día; y la síntesis de cuerpos nitrogenados no está lejos de nosotros. Todo ello muestra que el problema de la alimentación, no lo olvidemos, es un problema químico. El día en que la energía pueda obtenerse de forma económica, no tardará en fabricarse comida desde el punto de partida más elemental, tomando carbono del ácido carbónico, hidrógeno del agua, nitrógeno y oxígeno de la atmósfera.
Lo que las plantas han hecho hasta ahora, con energía asimilada del entorno circundante, lo estamos haciendo y lo haremos mucho mejor, más ampliamente y más perfectamente que la naturaleza … porque tal es el poder de la síntesis química.
Llegará el día en que cada persona llevará consigo su pequeña pastilla nitrogenada, su pequeño trozo de grasa, su pequeña porción de almidón o de azúcar, su pequeño frasco de especias aromáticas, todo ello elaborado a precios reducidos y en cantidades inagotables por nuestras fábricas. Todos estos productos serán independientes de la irregularidad de las estaciones del año, de la lluvia o la sequía, del calor que seca las plantas, o de las heladas que destruyen la esperanza de la recolección de sus frutos. Todos estos materiales estarán libres de microbios patógenos, origen de epidemias y enemigos de la vida humana.
Ese día, la química habrá realizado una revolución radical en el mundo, una transformación cuyo alcance nadie puede calcular. Ya no habrá campos cubiertos de cultivos, ni viñedos, ni prados llenos de ganado. El ser humano ganará en mansedumbre y moralidad, porque dejará de vivir de la carnicería y de la destrucción de otros seres vivos. Ya no habrá distinción entre regiones fértiles y estériles. Tal vez incluso los desiertos arenosos se conviertan en la morada favorita de las civilizaciones humanas, porque serán más salubres que esos aluviones hediondos y esas llanuras pantanosas, fertilizadas por la putrefacción, que son hoy sedes de nuestra agricultura.
En este imperio universal de la fuerza química, no crean ustedes que el arte, la belleza y el encanto de la vida humana estarán destinados a desaparecer. Si la superficie de la tierra dejara de ser utilizada, como lo es hoy – y, digámoslo de forma suave, desfigurada – por las labores geométricas del agricultor, se cubriría entonces de verdor, de bosques, de flores. La tierra se convertirá en un vasto jardín, regado por la efusión de las aguas subterráneas, y donde el género humano vivirá en la abundancia y la alegría de la legendaria edad de oro.
Pero no crean que se vivirá en la desidia y en la corrupción moral. El trabajo forma parte de la felicidad: ¿quién lo sabe mejor que los químicos me rodean? Se dice en el Libro de la Sabiduría: “Quien aumenta la ciencia, aumenta el trabajo”. En la futura Edad de Oro, todo el mundo trabajará más que nunca. Y el hombre que trabaja es bueno porque el trabajo es la fuente de toda virtud. En este mundo renovado, todo el mundo trabajará con celo, porque disfrutará de los frutos de su trabajo. Todo el mundo encontrará en esta remuneración legítima e integral, los medios para llevar su desarrollo intelectual, moral y estético al punto más alto.
Señores, se cumplan estos sueños u otros, siempre será cierto decir que la felicidad se adquiere con la acción. Y con la acción empujada a su máxima intensidad por el reinado de la ciencia. Tal es mi esperanza, que triunfa sobre el mundo, según el viejo adagio cristiano ¡Tal es el ideal de todos nosotros! Es el ideal de la Chambre Syndicale des Produits chimiques.
¡Brindo por el trabajo, por la justicia y por la felicidad de la humanidad!
Marcellin Berthelot