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La apuesta

En octubre de 1990 el economista norteamericano Julian Simon recibió una carta de Paul Ehrlich, uno de los más famosos pensadores del movimiento medioambiental gracias a su libro The population bomb, que se transformó en una de las referencias obligadas para discutir los límites del crecimiento. En la carta Ehrlich incluyó un cheque por 576,07 dólares. Era el precio por haber perdido una de las más famosas apuestas en el terreno de la ciencia y de la economía que comenzó en 1980.

En su libro The population bomb, aparecido en 1968, Paul Ehrlich predecía que el aumento de la población provocaría el fin de los recursos naturales y, por lo tanto, el aumento de los precios de numerosos productos clave para la industria, hasta conducir a un colapso social. Julian Simon formaba parte del grupo de economistas que se sintieron molestos por las predicciones catastrofistas de Ehrlich que parecían cuestionar su modelo económico basado en un crecimiento indefinido. Publicó en junio de 1980 un artículo muy crítico en la revista Science donde afirmó que las ideas de Ehrlich sobre hambrunas eran exageradas y carecían de fundamento estadístico alguno. Como muchos de sus colegas, Simon pensaba que el aumento de la productividad agrícola, con la revolución verde de mediados del siglo XX, permitiría producir un excedente de comida para toda la población. También cuestionó Simon la idea de Ehrlich de que la humanidad estaba acercándose a los límites ecológicos del planeta. Los avances de la tecnociencia, según Simon, permitirían encontrar siempre nuevas fuentes de materias primas, procedimientos de fabricación más eficientes y, cuando fuera necesario, materiales de sustitución para reemplazar los productos escasos. Por ello, pensaba Simon, los límites del crecimiento coincidían con las fronteras de la investigación que podía superar la escasez de recursos naturales o la presión del crecimiento de la población.

Caricatura de Paul Ehrlich (izquierda) y Julian Simon y su famosa apuesta

La respuesta de Ehrlich y sus seguidores no tardó en producirse a través de diversas publicaciones. Acusaron a Simon de desconocer los peligros de las carencias en minerales y energía, que no podían reemplazarse por innovaciones tecnológicas, por muy sorprendentes que fueran. Simon respondió con la famosa apuesta. Seleccionó un grupo de cinco metales de interés industrial (cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno), elaboró una “acción” de 1000 dólares con sus precios de 1980, y propuso seguir su precio a lo largo de un período de tiempo de diez años. Si los precios subían, Simon pagaría a Ehrlich la diferencia entre el valor inicial y final. Como el resultado fue precisamente el contrario, fue Ehrlich el que pagó a Simon la diferencia de 576,07 dólares que había descendido la “acción” de mil dolares creada con los valores de los metales. En promedio, los precios se habían reducido a más de la mitad de su precio inicial. 

The Bet  by Paul Sabin

Esta apuesta ha sido analizada con detalle en un libro de Paul Sabin, profesor de la Universidad de Yale. Sabin no solamente sigue las vicisitudes que condujeron al enfrentamiento tnre el biólogo y el economista. También analiza cómo los resultados de la apuesta Ehrlich-Simon fueron empleados por el pensamiento neoliberal estadounidense de las décadas finales del siglo XX, sobre todo para cuestionar las regulaciones en materia medioambiental. Simon se convirtió en una voz popular en prensa y en televisión, y también dirigió uno de los think tanks más importantes del liberalismo económico: el Cato Institute. Con estos recursos mediáticos a su disposición, y con el viento a favor que proporcionaron los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, Simon supo utilizar con habilidad su victoria para justificar las políticas económicas neoliberales, de modo que parecían estar apoyadas por datos estadísticos que hablaban por sí mismos. En realidad, los estudios a más largo plazo, comentados por Sabin en su libro, demuestran que la victoria de Simon tuvo poca relación con las ideas que más tarde defendió. Se trató, más bien, de una situación coyuntural propiciada por la crisis industrial de principios de la década de 1980 que, con la recesión económica que produjo, generó una menor demanda de metales y un descenso del precio de la acción generada de la apuesta. Si Ehrlich y Simon hubieran esperado unos años más, hasta los inicios del siglo XXI, el vencedor habría sido el primero. Otro estudio, realizado para un período más largo de tiempo, demostró que Ehrlich hubiera ganado en la mayor parte de ocasiones la apuesta si se hubiera hecho en otras décadas del siglo XX. Por otra parte, la evolución de los precios de cada metal fue muy diferente y dependió de situaciones particulares, relacionadas con la posibilidad de obtener materiales más baratos, la existencia de acuerdos comerciales internacionales o la capacidad de las multinacionales para limitar la libre competencia e imponer sus intereses en el mercado. En otras palabras, el resultado de la apuesta entre 1980 y 1990, poco dice para apoyar los puntos de vista de Ehrlich o de Simon. El éxito de este último debe entenderse en el contexto del auge del neoliberalismo en Estados Unidos y Europa durante esos años. Los planteamientos de Ehrlich, por el contrario, estaban más sólidamente basados en datos ecológicos y geológicos, pero su derrota fue aireada por la prensa conservadora dominante para evitar sus consecuencias legislativas en materias medioambientales. 

Paul Sabin emplea la polémica para mostrar los problemas de los debates públicos en materia de ciencia y tecnología. Los debates son necesarios porque, como en este caso, los temas son demasiado importantes para dejarlos exclusivamente en manos de la comunidad científica. Por otra parte, son asuntos complejos en los que se entremezclan cuestiones políticas y económicas con ingredientes científicos y tecnológicos, sin que sea posible establecer barreras claras entre unas áreas y otras. De hecho, estas barreras suelen ser motivo de controversia porque los participantes en el debate tratan de revestir sus puntos de vista con la autoridad epistémica de la ciencia. Finalmente, el papel de los medios de comunicación es decisivo y, dado que muchos medios dependen de gobiernos o industrias con intereses en el tema, resulta complicado ofrecer debates abiertos, con suficientes garantías de equidad para que la población pueda construirse una opinión sólidamente fundamentada. Son muchas las formas en las que los debates pueden ser manipulados: la exageración de dudas e incertidumbres (como ocurre en el caso del cambio climático), la defensa de una supuesta libertad individual (ampliamente empleado por las compañías de tabaco), la ocultación o la minimización del riesgo (los casos del DDT o del amianto) o mediante el secuestro de la verdad científica por una de las partes (por ejemplo, en el debate sobre alimentos transgénicos o energía nuclear). Para las personas que no son especialistas en los temas, o que no disponen de tiempo suficiente para conocer apenas los rudimentos de lacuestión, les resulta imposible formarse una opinión más o menos razonada y serán presas fáciles de la propaganda y la manipulación. El gran reto de las democracias contemporáneas, cuyas sociedades dependen de tantas cuestiones tecnocientíficas, es ofrecer canales y procedimientos para asegurar la posibilidad de compatibilizar el saber experto con la deliberación pública, la transparencia y la toma de decisiones sobre temas de interés colectivo. El análisis detallado de la apuesta entre Simon y Ehrlich, realizada por Paul Sabin en su libro The Bet, es un aviso para los navegantes que quieran moverse por esas aguas, sin caer en las garras de Escila (relativismo) o Caribdis (cientificismo)

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