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Estudiar la ignorancia

Lo dijo Antonio Machado: no conviene despreciar cuanto se ignora.

Una nueva disciplina, la “agnotología”, pretende cartografiar las diversas formas de ignorancia. 

La expresión «agnotology» fue popularizada en un libro editado por Robert Proctor y Londa Schiebinger en 2008. Es una expresión creada por contraposición a «epistemology». Si esta última disciplina se encarga de las condiciones de producción de conocimientos, la agnotología investiga la creación de ignorancia, es decir, los modos de conocer que no han llegado a desarrollarse o se han hecho desaparecer. Los agnotólogos estudian una gran cantidad de mecanismos de producción de «secreto, incertidumbre, confusión, silencio, ausencia o impotencia». Muchos de estos mecanismos están relacionados con saberes relacionados con la ciencia, la tecnología y la medicina. Todas estas cuestiones fueron estudiadas en un libro pionero: Agnotology: The Making and Unmaking of Ignorance (Stanford University Press, 2008) . Proctor y Schiebinger recordaban en la introducción que “vivimos en una época de ignorancia”, de ahí la importancia de su estudio. Pretendían entender cómo se produce y persiste la ignorancia en diversos entornos,  a través de mecanismos tan diversos como “la falta de atención deliberada o inadvertida, el secreto y la limitación de circulación, la destrucción de documentos, la tradición incuestionable y las innumerables formas de selección cultural y política, más o menos evitable o inherente”.  “Nadando como lo hacemos en los océanos de la ignorancia” – afirmaban- “los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito”. Y añadían:

“La ignorancia tiene muchos sustitutos interesantes y se solapa de innumerables maneras con el secreto, la estupidez, la apatía, la censura, la desinformación, la fe y el olvido, aspectos todos relacionados de un modo u otro con la ciencia. La ignorancia se esconde en las sombras de la filosofía y está mal vista en la sociología, pero también aparece en gran parte de la retórica popular: no es una excusa, es lo que no puede hacerte daño, es fuente de felicidad. La ignorancia tiene una larga historia y una compleja geografía política y sexual. Hace muchas otras cosas extrañas y llamativas que merecen ser exploradas con detalle”

Se puede decir, por lo tanto, que la “agnotología” analiza los procesos de creación de ignorancia, tanto de aquello perdido y olvidado como del conocimiento que podría haber sido, pero no fue, o que debería ser, pero no es. Proctor y Schiebinger pretendían promover este tipo de estudio mediante la creación de herramientas analíticas para entender cómo y por qué varias formas de conocimiento “no han llegado a ser”, o han desaparecido, o se han retrasado, o han sido fuertemente descuidadas, para bien o para mal, en varios momentos de la historia. 

Proctor y Schiebinger desarrollaron una tipología de las formas ignorancia que comenzaba con lo que denominaban “ignorancia virtuosa”. Un ejemplo es la derivada de la protección de derechos como la privacidad, la imparcialidad de la justicia, los saberes potencialmente peligrosos como el armamento nuclear o la ingeniería genética de virus peligrosos.  También señalaban que la ignorancia “puede ser el reverso de la memoria”, lo que no se sabe porque se ha olvidado, parte de lo cual puede ser restaurado por investigaciones históricas, pero la mayor parte se ha perdido para siempre. La ignorancia es también un producto coyuntural y situado, puede hacerse o deshacerse en determinados contextos. Y la ciencia puede ser cómplice de ambos procesos.

Xelon, Arte urbano. Valencia, 2021

Además de la “ignorancia virtuosa”, Proctor y Schiebinger señalaron otros dos formas generales de creación de ignorancia: las lagunas producidas por la selección más o menos inevitable de temas en el amplio campo del saber y la ignorancia deliberadamente creada mediante diversos mecanismos y protagonistas. 

En el segundo sentido, la ignorancia producto de la selección, Proctor y Schiebinger recordaban que las investigaciones son siempre selectivas, limitadas a un conjunto de aspectos, dentro de un conjunto casi ilimitado de cuestiones que nunca se abordan con igual intensidad. La selección afecta tanto al universo de preguntas formuladas como a los datos recogidos, las formas de tratarlos, sus potenciales aplicaciones prácticas y su mayor o menor circulación. Todos estos ingredientes están afectados por el contexto temporal y espacial. Determinadas líneas de investigación quedan atrofiadas en ciertos momentos y pueden ser retomadas en otros lugares desde nuevas perspectivas. Las investigaciones pueden ofrecer resultados molestos para ciertos grupos sociales y beneficiosos para otros, de modo que los sectores más poderosos pueden intentar influir en la dirección de las investigaciones. También las coyunturas de las guerras, catástrofes ambientales y pandemias pueden producir puntos de inflexión, más o menos relevantes.

Un libro más reciente, Science and the Production of Ignoranceeditado por Martin Carrier y Janet Kourany en 2020, ha desarrollado con más detalle esta segunda forma de ignorancia “pasiva”. Puede surgir por el centro de atención de las investigaciones que inevitablemente transforma en periféricos los asuntos lejanos a estos temas, de modo que son poco tratados o desconsiderados. También puede ser consecuencia de los métodos de trabajo o de las métricas empleadas que otorgan más valor a determinadas cuestiones o invisibilizan otras porque no entran dentro de los umbrales de la detección. Finalmente, las propias comunidades encargadas de abordar un tema pueden minusvalorar ciertos asuntos y aproximaciones debido al marco teórico dominante en el que trabajan como resultado de su formación disciplinar. En este último caso, Carrier y Kourany señalan el ejemplo de la energía nuclear, cuando se aborda como si fuera una cuestión propia de la física y, por lo tanto, bajo el dominio de la comunidad de físicos nucleares. Tal aproximación, que también se puede encontrar en temas como los alimentos transgénicos, margina toda una serie de asuntos relacionados con la economía y la sociedad que son relevantes en el tema y permiten la hegemonía de discursos tecnocráticos, muchas veces al servicio de los intereses de las industrias correspondientes.

Finalmente, la ignorancia puede ser activamente construida y resultado de un plan deliberado, sin que por ello sea necesario hablar de teorías de la conspiración. Hay ejemplos evidentes muy variados: los secretos de Estado, las patentes, las tecnologías militares, etc. Pero también hay otros casos menos visibles, tales como los ensayos clínicos negativos sobre ciertos fármacos o los estudios de experimentación animal acerca de la toxicidad de productos comerciales. También se debe incluir aquí la labor de los «mercaderes de dudas», según la expresión de Erik Conway y Naomi Oreskes, que crean incertidumbre pública acerca de temas sobradamente analizados en el terreno académico. 

Los trabajos de Proctor y Schiebinger han inspirado estudios posteriores que han matizado las formas de ignorancia y los mecanismos visibles e invisibles que los producen, así como los resultados finales y las estrategias para combatirlos, de modo que se puede hablar de una línea de investigación floreciente en torno a los «Ignorance Studies». Estos estudios han mostrado una gran variedad de situaciones de visibilidad reducida y ocultación que contribuyen a dirigir la investigación, crean lagunas en el saber, minusvaloran conocimientos y formas de conocer, o siembran dudas respecto a la fiabilidad de informaciones sensibles. Por ejemplo, dado que los laboratorios de las industrias realizan una parte sustancial de las investigaciones, resulta fácil soslayar asuntos conflictivos acerca de los costes humanos y ambientales de las sustancias tóxicas, bien mediante la selección de temas, la producción de contrapruebas o la ocultación de resultados.

Frase habitualmente atribuida al filósofo Alfred North Whitehead.
Procedente de la portada del libro Routledge International Handbook of Ignorance Studies. 2015. ed. Matthias Gross

Las investigaciones sobre la ignorancia se han constituido en una línea de trabajo consolidada dentro de los estudios históricos y sociales acerca de la ciencia, la tecnología y la medicina. Una selección bibliográfica reciente recoge más de un millar de publicaciones, incluyendo los trabajos pioneros de sociólogos como Georg Simmel que, ya a principios del siglo XX, escribió un artículo acerca la sociología del secreto. En la actualidad existen una gran diversidad de puntos de vista y planteamientos contrapuestos en los estudios de la ignorancia, aunque se coincida en la necesidad de su análisis y en la complejidad de problemas que implica.

Veamos algunos ejemplos. Desde una perspectiva crítica con la propia noción de “agnotología”, los trabajos acerca de la “ciencia no hecha” (“undone science”) de Scott Frickel y David Hess tratan de dirigir su mirada a la ignorancia estructural producida por instituciones y regulaciones. Se trata de situaciones caracterizadas por desigualdades de poder y fuertes conflictos entre élites industriales y políticas frente a activistas y víctimas. Estos últimos buscan en la “ciencia” las respuestas a sus preguntas, pero se encuentran con la falta de investigación, mientras que sus adversarios, mejor financiados, suelen disponer de más recursos para producir la ciencia que respalda sus afirmaciones, al mismo tiempo que influyen sobre reguladores y captan personal experto. David Hess ha señalado que no debe confundirse “el concepto de ciencia no hecha (“undone science”) con “toda la investigación que se reconoce como no completada, ni tampoco con “una agenda de investigación identificable, pero incompleta”. Por el contrario, la idea de ciencia no hecha sirve para poner de relieve un tipo de ignorancia que se produce” sistemáticamente a través de la distribución desigual del poder en la sociedad”. Se trata de saberes que reclaman los grupos dev víctimas y activistas porque quizá apoyarían sus puntos de vista o, al menos, iluminarían las afirmaciones epistémicas que desean evaluar. Cuando tratan de buscarlos, inmersos en los conflictos, se dan cuenta que simplemente no existen”. Este tipo de ignorancia no puede entenderse en términos de planes conspirativos de grandes corporaciones o estados para manipular o subvertir a propósito la investigación científica. Se trata de ensamblajes poco visibles, auténticas “arquitecturas de la ignorancia”, que se entremezclan con las estructuras de la propia ciencia, por lo que resultan aspectos más complicados de estudiar y combatir que las acciones deliberadas de gobiernos, industrias o expertos a sueldo.

Este mismo tipo de planteamiento crítico está detrás del libro colectivo, recientemente editado, acerca de las variadas capacidades de la industria para ejercer sus poderes (“pervasive powers“) en temas sensibles. El libro editado explora la cuestión mediante diversos casos relacionados con la economía financiera, las políticas urbanas, la seguridad del automóvil, el riesgo medioambiental, la agricultura y la alimentación. Un volumen especial de la revista Science, Technology and Human Values aborda la misma cuestión (“Beyond the Production of Ignorance“) con el objetivo de recuperar cuestiones poco tratadas por los estudios de agnotología. “Estos artículos muestran,”  afirma el grupo editor, “que la influencia de la industria en la producción de saber experto y la reglamentación es, sin duda, mucho más generalizada y multifacética de lo que se ha pensado hasta ahora desde las ciencias sociales”. La agnotología, por lo tanto, también crea sus propias áreas de ignorancia y, por lo tanto, requiere más reflexividad y menos autocomplacencia para identificar sesgos, márgenes y zonas oscuras.

En esta línea de reflexión crítica acerca de las investigaciones agnotológicas vale la pena ojear otros dos números especiales de revista publicados recientemente desde planteamientos diferentes. Por un lado, el reciente volumen de la revista History of Knowledge que promueve nuevos planteamientos acerca del estudio histórico de los saberes, sin caer en los anacronismos de las disciplinas actuales. Sus editores, Luke M. Verburgt y Peter Burke, señalan que la ignorancia tiene “vida propia” y, por lo tanto, el “estudio histórico de la ignorancia es tan complejo como diverso es el fenómeno de la ignorancia: se presenta en muchos tipos diferentes y con muchas diversas implicaciones que, a su vez, varían a lo largo del tiempo y el espacio”. 

El segundo ejemplo es el volumen de la revista francesa Revue d’anthropologie des connaissances  editado Laura Barbier, Soraya Boudia, Maël Goumri y Justyna Moizard-Lanvin. Permite observar la variedad de campos de estudio desde los que se muestra interés por el análisis de la(s) ignorancia(s): antropología social, ecología política, salud pública, historia de la ciencia, science studies, ciencia política, sociología del riesgo, etc. Estos trabajos pretenden ampliar el campo de estudios para esclarecer las complejas dinámicas que vinculan ignorancias, saberes e incertidumbres en diferentes contextos y configuraciones sociales y culturales.

Todavía es mucho lo que se ignora acerca de la ignorancia. En los próximos años es previsible que se disponga de más estudios empíricos acerca de las formas en que la ignorancia – más o menos fabricada, más o menos invisible – ha contribuido a retrasar la acción pública o a crear corrientes de opinión que han aplazados decisiones urgentes en materias relacionadas con la salud pública, el medio ambiente o el cambio climático. En el prólogo a la reciente edición en castellano del libro colectivo (Zaragoza: PUZ, 2022), Proctor ha señalado que la década que ha transcurrido desde la publicación del texto original ha ofrecido numerosos ejemplos de políticas de creación de ignorancia, a menudo a impulsadas por poderosos gobernantes (como Trump o Bolsonaro). Los autores que colaboraron en el libro no podían imaginar – según afirma Proctor en la introducción – que las noticias falsas y los debates fabricados iban a constituir un tema de tanta actualidad en este primer tercio del siglo XXI.

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